11 de octubre de 2006

malas noticias, hay que matar al mensajero

Leonnard Trenner se ha vuelto a enfrentar a la Carta de Sinia. Se trata de un manuscrito en una especie de Latín con unas leves influencias trimesíanas. Han pasado exáctamente dos años desde que se diera cuenta de lo que hacía diferente a aquel texto de entre los demás encontrados en la Expedición de Bossner. Ningun humano había escrito aquellas notas. La carta no era de este planeta.
Leonnard Trenner rompe algunas de las notas anteriores, esconde unas cartas de su colega Ralph Milliner y manda llamar a tres de los integrantes de la Expedición.
Por algún motivo cree que ha estado perdiendo el tiempo durante muchísimo tiempo descifrando algo que no tenía solución.
Leonnard Trenner espera pacientemente a que los otros tres únicos componentes vivos de la expedición lleguen a su casa de Monnahan Road.
Mientras tanto desempolva una vieja fotografía para empezar a entrar en materia.

Ralph Milliner.
Hace tanto tiempo que ya ni se acuerda.

los boleros se llaman así porque cuentan bolas

“Ausencia quiere decir olvido, decir tinieblas, decir jamás. Las aves suelen volver al nido, pero las almas que se han querido, cuando se alejan no vuelven más.”

Todas las naves salían desde la Estación Espacial Vasili Ormanov. Todas las naves que veía salir y llevaban a donde fuese, y que siempre podría coger pero no cogía. Cercanas a los centros comerciales más importantes del satélite, donde compraba para recordar que podía hacerlo, y se alejaba, para no recordar que podía acercarse a todo.

Una mañana de Octubre se levantó y pasó por la estación. Tenía que acercarse a casa de ella, a recoger unos discos y unas fotos. Limpiar la caja del gato, regar alguna planta, pasar el polvo y llorar amargamente contra la pared del pasillo, al lado del espejo ese tan feo que tiene ella, pero que en este momento es perfecto en su fealdad. Necesario, horrible, fatuo y fortuito. Espejo de pasillo en el que ahora mismo, y desde hace un año, solamente se refleja él.

Dejó de reflejarse para acercarse al baño a coger un poco de papel higiénico y sonarse los mocos. Estaba allí parado, mirando al agujero del báter, siguiendo la trayectoria del papel mocoso que se negaba a seguir el flujo normal del agua huyendo por el bote sifónico, cuando reparó que el año que llevaba ella fuera lo había pasado lamentándose.
Reparó ya, de paso, en el medio año que le quedaba de ausencia. En el posible alargamiento de ese medio año ya alargado como otro año, una década, muchas Navidades lejos de casa. Muchas esperas y muchas confluencias de días libres en el trabajo para poder acercarse a Romana, donde ella estaba.
Romana estaba fatal comunicado. Para ir o para volver, Romana era un error, y la más mínima espera de un transbordador espacial que no llegaba le irritaba de tal manera que era capaz de arruinarle el día y medio que iba a poder pasar con ella.
Antes de sentarse en su plaza de vuelo asignada, ya estaba echándola de menos para la vez siguiente. Solamente era capaz de disfrutar de la presencia de ella cuando en la pantalla de su ordenador presionaba el click de ratón en el que concedía que la agencia de viajes le cobrase el importe de su billete. A partir de entonces todo se volvía borroso y difuso, y empezaba la cuenta atrás para tener que volver a dejarla, regresar a Ormanov a trabajar, y a comprarse las cosas que podía comprar, y a alejarse, para no recordar que podía acercarse a todo.

Después de todo eso, limpió la caja del gato, regó alguna planta, pero no pasó el polvo. Recogió los discos y las fotos.
Recogió los platos de la noche, hace una semana, que se quedó a cenar en casa de ella viendo la tele.
Y echó un último vistazo a todas las cosas que habitaban la casa en su ausencia.

Mientras bajaba en el ascensor, pensaba en cómo decirle a ella que le iba a seguir cuidando la casa hasta que llegase, pero que eso era todo.

De ninguna de las maneras eso hizo que se sintiese mejor.

Fin.