9 de junio de 2008

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Tiene miedo y también tiene un hueco ahí en el medio que no le deja hablar, tan solo para poder decir lo que quiere ser oído.
-“Son más de las tres de la mañana, el reloj de la habitación avanza y todo parece estar bien, pero en realidad no” – se da la vuelta otra vez, la quinta, la sexta, la décima, y el nórdico le aprieta ahora en la ingle, antes en el brazo derecho. Por un momento ha pensado en hablar en alto, pero aún le parece ridículo, porque está solo, y cuando uno está solo no habla, cuanto menos si no tiene nada que decir. Podría decir que tenía miedo, o cantar algo, pero no sabe qué, así que lo que hace es dar vueltas y más vueltas hasta dormirse aburrido completamente.
Podría decir que tenía miedo, claro, pero precisamente por eso no lo hace.

Al rato empeieza a pensar en su muerte, y eso no le hace ningún efecto, hasta que lo que le viene a la cabeza es la muerte de los demás, y no puede parar entonces, de ver a le gente que se va muriendo; y el hueco enorme que dejarían en su vida; y el tiempo que estaba perdiendo allí tumbado; y que mañana llamaría a sus padres; y la iba a llamar a ella, que hacía mucho que no sabía nada…
-“La última vez la llamé yo, y no me cogió el teléfono, así que entonces no va a ser raro, porque no es culpa mía que no hayamos hablado desde hace… tantísimo! Por lo menos tres meses. ¡Tres meses!” –otra vuelta en la cama. Las tres y trece en el reloj de la mesa de noche. Pone una baraja de cartas delante de sus números luminosos, con la que nunca ha jugado, piensa, solo la tiene para tapar el reloj en noches como esta. Más de las tres.
No sabe si levantarse un rato, pero para qué, y además tiene que madrugar, que mañana sale de viaje, con todo el equipo, qué bien el equipo, sus amigos, a los que ve todos los días. Está bien eso de tener a alguien a quien ves todos los días.
-“Mañana la voy a llamar y le puedo decir que quedamos en la para da de metro esa que hay cerca de su casa.” -se acuerda de Juan Bravo y de Diego de León y se inventa una parada nueva, de Juan Diego, y ahora ya no sabe si se le ocurrió eso antes de recordar las dos paradas reales. “Nunca sabes ir a ningún sitio” –le diría ella. “Pero hago otras cosas bien.” –respondería él. “Debería de acordarme de respuestas como esa. Parece sencillo pero no lo es. En una situación como esta no lo es.”
Levanta la baraja y las tres y diecisiete. “Imposible que vaya tan despacio. El tiempo pasará rápido cuando esté a punto de sonar el despertador, ojalá suene ya, en realidad.”
Retoma con el miedo, con el hueco ahí en medio que no le deja hablar, tan solo para decir lo que quiere ser oído. En su cabeza se formulan conversaciones de otro tiempo, con su jefe, con un compañero de trabajo, con gente que no conoce, con ella el día que se fue de casa dando el portazo más grande jamás, y esa era la que le provocaba respirar rítmicamente, de cinco en cinco veces. Era capaz de contar hacia delante y hacia atrás y luego decir un número del principio y otro del final consecutivamente sin casi pensar en ello, hasta el cien. Uno cien dos noventa y nueve tres noventa y ocho cuatro noventa y siete cinco noventa y seis… Y llega al final y no se duerme.
No levanta las cartas. Todo es una cuestión de fe.
Mañana va a llamar a sus padres, a los del Gas Natural para que le miren la factura de Noviembre del año pasado, a los de Movistar para que le cambien la tarifa, a todos los que no llama, y a ella, si es que tiene tiempo, y se acuerda de cuándo estaba trabajando, que entonces no coge nunca el teléfono.
“Podría dormir si estuviese cerca.”
“Podría haberme dormido a las doce o antes.”
“Mientras ella veía la tele.”
“O hablaba por teléfono durante horas.”
“Pagaría las facturas de veinte como ella si fuese necesario.”

Así que lo más digno que sigue es que se pone a llorar en silencio, y abre la boca hacia el cielo haciendo como que grita, pero no emite sonido, porque es ridículo.
Y al rato debió de quedarse dormido, porque lo siguiente es que es de día, tiene mucho sueño y un dolor de cabeza increíble.

Se levanta y se va al aeropuerto a reunirse con el equipo. No sabe si se siente triste o tonto o las dos cosas.
Por lo menos el miedo parece que ha menguado.


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qué le voy a hacer, si la historia no da más
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1 comentario:

Ten con Ten dijo...

Cosas curiosas que suceden a 600 kilómetros, días capicuas, reflejo del mismo espejo. Iván Ferreiro por todas partes. En fin, montaña rusa, ya se sabe.

Saludos.