Outpost

-“Mmm…” –mientras se levanta, extrañado, de lo que parece ser un lodazal creado únicamente a su alrededor. A un par de metros está seco el suelo, de tierra ocre, y el atardecer colorea con óxido lo que parece ser una arboleda a menos de un kilómetro de distancia.
-“Me levanto y puedo andar, lo que no está mal, pero qué coño…” –y al límite de su campo visual, ligeramente a la derecha, y ahora, debajo de su pié, una manguera que serpentea hasta lo que parece ser una gasolinera parcialmente cubierta de herrumbre, vegetación y los restos de una pequeña avioneta civil.
-“Y ahora me voy andando despacito hacia otro sitio, puede que hacia ese bosque…”

Pasaron dos días y volvió a la gasolinera.
Hambriento y aburrido. Sucio. Y según lo que había podido constatar por el color de su orín, enfermo y febril.

A los tres días la gasolinera estaba bastante más adecuada para poder habitar en ella, evitar a los animales que hacían aquellos extraños ruidos por la noche, y para intentar saber por qué cinco días antes amaneció allí empapado en lo que creyó que era combustible pero no.
En realidad recordaba todas las cosas antes de aquél extraño episodio de su vida, pero no tenía ganas de acordarse.
No sabía encender un generador, depurar agua, hacerse un arma por si acaso… Cosas básicas que ves en la televisión cuando el mundo se ha ido a la mierda o naufragas en una isla, que viene a ser lo mismo.
No sabía hacer esas cosas, y eso era precisamente lo único que podría haber hecho durante los días siguientes, ya que sus habilidades reales no eran nada prácticas entonces.
El caso es que no sabía comportarse como un hombre y tuvo que aprender. No ya porque se fuese a morir de hambre, puesto que la gasolinera tenía un supermercado medianamente surtido, si no porque si no hacía algo físico o manual, se acordaba de H todo el rato y eso era peor que los ruidos por la noche.
Una semana después, cuando parecía que empezaba a entender los rudimentos más básicos sobre la electricidad y cómo evitar la muerte a su causa, recibió su primera visita, que aunque pasó bastante lejos de su posición, le hizo aprender a clavar todos los accesos a su pequeño fortín. Lo que Bernardo no sabía aún, es que aquella cosa borrosa y negra que recorrió todo el horizonte visible en menos de tres minutos iba a ser su depredador inmediato en la nueva cadena alimenticia.

Después pasó mucho más tiempo, mucho mucho, y aunque aprendió a esconderse y a ni tan siquiera tener que hacerlo constantemente, no parecía hacer progresos en sepultar el recuerdo de H en lo más negro de su alma negra.

-“Da igual que el mundo se acabe. Me has dejado hecho una mierda automática.”



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esta me la tomo en serio, lo prometo